Muchas cosas han pasado en este año, momentos que
quedaran grabados en mi mente, pase por situaciones muy difíciles que
parecían que no iban a quedar atrás, que me hicieron más conscientes de
la vida, de lo importante, de las personas fieles que tenía al lado
para soportar estos golpes que no buscamos, esos que llegan
inesperadamente en forma de diagnóstico.
Me atreví a expresar, a perder el miedo a decir las cosas que sentía, conocí personas que me apoyaron y también a aquellas que comenzaron a decir cosas por lo bajo, pero de todo lo malo puedo decir que surgen cosas positivas.
Mi familia se fortaleció más que nunca, porque también pasamos cosas
difíciles, pero sabemos que los obstáculos son parte de este aprendizaje
y lo bueno es aprender la lección.
Me pude dar cuenta de mis
imperfecciones, de mis errores, de la naturaleza humana que me no
esquiva y emprender un camino de trasmutación en la que aun tránsito y
que me ha permitido ser menos prejuiciosa, más tolerante y menos
juzgadora de las acciones ajenas.
El crecimiento de mi hija también
me pone en órbita y me dice que es importante decir las cosas que
sentimos a tiempo, no somos imprescindibles ni inmortales, disfrutar con
los hijos cada momento es lo relevante para mí, dar sin esperar nada
cambio en el hoy, el mañana no existe, el futuro es solo incertidumbre.
Lindos y hermosos, como tristes y penosos momentos he vivido sabiendo
que puedo no existir mañana, amando a los que me aman, respetando a los
que lo hacen y disculpándome ante mis errores porque creo que aprendi
que para curar las heridas necesitaba tener el valor de enfrentarlas.
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